La liberación de Ethan del hospital se sintió como una victoria monumental, un evento que todos habían anhelado. El aire de la tarde en la ciudad, fresco y familiar, era un bálsamo en comparación con la esterilidad del hospital.
Ethan, aunque todavía pálido y débil, sonreía libremente por primera vez en semanas, sus ojos brillaban con la emoción de regresar a casa bajo la esperanza de una vida distinta y llena de promesas. Pero para Sienna, la vuelta a la normalidad era solo una tregua superficial. Con Leo y Chris acompañándolos, la tensión de su secreto compartido, y la necesidad de mantenerlo a raya, se convirtió en una carga constante.
La casa de Sienna, un refugio de paz antes de que la enfermedad de Ethan los sacudiera, se convirtió en el epicentro de un drama silenciado. Chris había insistido en que no se mudaran a su casa, y Leo, con una preocupación inquebrantable, no estaba dispuesto a dejar a Ethan y Sienna solos.
Así, los tres adultos se encontraban bajo el mismo techo, amb