La luz de la luna se filtraba por las rendijas de las persianas, dibujando finas líneas de plata sobre el suelo de madera. Rob estaba de pie, frente al espejo de su habitación, con el torso desnudo. Sus manos, firmes y fuertes, abotonaban la camisa de seda que vestía.
Su mirada fría y calculadora, no se centraba en su reflejo, sino en la horrible cicatriz que se extendía a través de su pecho, un recordatorio de un pasado que no podía olvidar.
Era una cicatriz de un pasado de humillación que Sienna se la había hecho cuando intentó huir de él, no era una herida cualquiera, era lo que le recordaba al Alfa todos los días de su vida, que había sido vencido por una mujer, una simple esclava Omega.
Nada más bajo para él. No se lo había perdonado nunca, y siempre esperó el momento para vengarse.
Acarició la cicatriz con la punta de los dedos. El odio, una emoción que solía mantener bajo control, se deslizó por sus venas como un veneno frío. La herida en su pecho era un recordatorio constante