"Obligada a mentir, destinada a sobrevivir." Tras una noche de excesos que dejó su memoria en blanco y el honor de su familia pendiendo de un hilo, Isabella no tiene más opción que reemplazar a su prima Alessia en un matrimonio arreglado con Benedict Arrabal, el infame heredero del clan Arrabal, conocido tanto por su frialdad luego de la muerte de su esposa embarazada, como por su peligroso encanto. Pronto descubre que la vida como esposa de Benedict es un laberinto de mentiras y amenazas constantes. Pero lo que más la aterra no es el hombre al que debe enfrentar, sino los secretos que comienzan a emerger sobre aquella noche fatídica. Suplantar a Alessia se convierte en una condena a convivir con un hombre capaz de destruirla... o salvarla. ¿Podrá Isabella mantenerse firme hasta encontrar su propio camino, o sucumbirá a la oscura atracción que Benedict despierta en ella?
Leer más—Ven a mi oficina, ahora mismo —ordena Benedict por medio del teléfono a Isabella. Ella se pone nerviosa por su tono, sobre todo, porque no han discutido desde esa mañana del acuerdo.—Por supuesto, señor Arrabal. Ya voy.Isabella cuelga. Se friega las manos por la tela de su vestido para aplacar sus nervios. Toma una bocanada de aire antes de ir hasta allí.Da unos pequeños toques a la puerta, Benedict le da el pase.—¿Necesita alguna cosa, señor? —pregunta sin acercarse demasiado, tal como es su costumbre. Su esposo, quien está en compañía de su mano derecha, levanta la vista y la repasa de pies a cabeza antes de contestar.—Tengo que asistir a una subasta benéfica esta noche. Irás conmigo. —Como siempre, Benedict responde tosco—. Será en el gran salón del Hotel Golden. Isabella siente un nudo instalarse en su garganta. Su esposo está hablando de la subasta anual que organiza la familia Aranza. Un evento tan importante como elegante. Los carteles más relevantes del país participan
Benedict levanta la vista hacia la mujer parada en la puerta. La escudriña de pies a cabeza, antes de hacerle un gesto con la cabeza para que pase.Isabella permanece parada allí durante mucho tiempo, esperando alguna orden de su esposo, pero él y los otros varones con los que está en reunión, permanecen absortos en sus conversaciones sin prestarle ninguna atención.Ella se inquieta en más de una ocasión. Un par de horas después, los hombres que estaban con su esposo se retiran y ella por fin puede respirar tranquila. —Ya… ya estoy aquí —dice en voz pequeña—. ¿Qué necesitas que haga?Benedict la vuelve a mirar con esos ojos que la ponen nerviosa. —No estoy ciego, sé que ya estás aquí —se burla—. Quiero que firmes este documento.Benedict levanta una carpeta de color negra hacia ella. Isabella se acerca con precaución. ¿Qué tipo de documentos le haría firmar él?—Es un contrato privado entre tú y yo —añade él al notar su confusión—. Un acuerdo en el que, por supuesto, saldrás ganand
Isabella queda confundida con el pedido de Nora. ¿Acaso le está pidiendo que espíe a su esposo? Nora, quien nota su cambio de semblante, se levanta y se acerca a ella.—Te estoy pidiendo esto porque eres la persona más cercana a mi hijo en este momento y él, luego de la muerte de su esposa, ha estado muy alejado de todos. No permite que nadie lo ayude. La única que puede hacerlo eres tú. —Bueno… él tampoco confía demasiado en mí, así que…—Estoy segura de que podrás conseguir algo. No lo tomes a mal, solo quiero estar enterada de sus movimientos para poder ayudarlo cuando lo precise. No quiero que él tome decisiones equivocadas que pongan en peligro nuestro bienestar familiar. Antes de que Isabella consiga responder alguna cosa, la puerta se abre y Antony, el esposo de Nora, entra. —Es bueno encontrarte aquí, Alessia —dice, se acerca a su esposa y deja un beso en su frente—. Nora y yo queríamos hablar contigo desde hace un par de días, pero como no te sentías bien, decidimos dejar
—Señor… —La voz del otro lado del celular tiembla—. Me acaban de informar que el auto dónde iba la señora Pamela tuvo un accidente.La respiración de Benedict se agita. Su mano tiembla alrededor del celular.—¿Cómo están ella y mi hija?—Todos… todos están muertos, señor. El auto se incendió luego del choque, no quedó ninguno vivo, ni ellas ni los guardias que la custodiaban. Pasó antes de que llegaran al aeropuerto.El celular cae de manos de Benedict. Su rostro se torna pálido y sudoroso. Boquea una y otra vez, intentando llevar un poco de oxígeno a sus pulmones. Siente que va a desplomarse. El nudo de su garganta se hace gigante, tanto que se lleva ambas manos al cuello para aminorar esa sensación tan dolorosa. —Jefe… —oye una voz cerca de él, pero no puede reaccionar.Blas agarra el celular del suelo, habla algunas palabras con la persona del otro lado, hay un silencio oscuro por unos segundos, después da algunas órdenes y cuelga. Benedict continúa pasmado, sosteniéndose de la pu
Isabella despierta varias horas después. La habitación está semi oscura debido a las luces apagadas y las cortinas cerradas, pero ella puede notar por la luz que se cuela por las divisorias, que ya amaneció. Su vista recorre con lentitud la estancia y se da cuenta de que ya está en la mansión, acostada en la cama de su esposo. No tiene idea de cuánto tiempo transcurrió, pero no puede evitar sollozar al recordar lo que sucedió en la clínica.Su cabeza palpita del dolor, su cuerpo tiembla y, aunque intenta moverse, una molestia general no le permite hacerlo. Sus ganas de vomitar vuelven con mucha fuerza. Es incapaz de concebir todo lo que le está pasando. Todo por culpa de Alessia. Si ella hubiese cumplido con su parte del compromiso con la familia Arrabal, nada de esto le hubiese pasado. Se levanta a duras penas de la cama y camina a pasos lentos hasta el sanitario. Se agacha sobre el inodoro y descarga todo el líquido de su estómago. Se siente terrible, no solo físicamente, sino ta
Benedict suspira de forma pesada al ver a su esposa en el piso. ¿Esta maldita mujer se atreve a fingir un desmayo para conseguir lo que quiere?—¿Desea que la cargue hasta la sala, jefe? —pregunta Blas, y se agacha para mirar a Isabella. Benedict se voltea a verlo, ni siquiera se había dado cuenta de que él los siguió al salir de la mansión.—Déjala, yo mismo lo haré —responde tosco.—Isabella… Levántate de una vez, no sirve de nada que hagas este espectáculo. Al no recibir ninguna respuesta, también se agacha y verifica su estado. No sabe por qué, pero por un momento pensó que ella estaba fingiendo. Al notar la raspadura en su frente y la sangre que sale de su herida, se da cuenta de que no es así. —Creo que ella realmente perdió el conocimiento, jefe —dice Blas y señala su herida.Benedict la toma en brazos y sube las escaleras con cuidado. Ella es tan liviana que no representa ningún esfuerzo para él. Al llegar al piso correspondiente, la doctora, que ya los había atendido las ot
Tres horas pasan demasiado rápido para Isabella. Desde que habló con Benedict en su oficina, no pudo tener ni un minuto de paz, un nudo gigante permanece en su garganta, imaginando que le espera lo peor.Cuando el reloj finalmente marca la hora de la salida, se apresura en tomar su cartera para salir primero que su esposo. Ya en la calle, reflexiona y sabe que no puede ir a la mansión, por lo que camina hasta el centro comercial, se sienta en una cafetería por mucho tiempo hasta que la dependienta le informa que ya debe cerrar el local, y que debe salir de allí.Isabella sale del sitio con el corazón latiendo a mil. Ya es bastante tarde y no tiene de otra que tomar un taxi e ir a la mansión para enfrentar su destino. Con algo de suerte, puede que Benedict no esté en casa. Total, no sería la primera vez que él no dormiría en la casa. Para su suerte, cuando llega, todo el salón está a oscuras. Se quita los zapatos para no hacer ruido y sube las escaleras de manera sigilosa. Llega hast
El rostro de Isabella se pone más pálido de lo normal. Retrocede un paso y su espalda choca contra la pared. Niega.—Me gustaría saber qué hará el jefe si le cuento que la vi espiándolo. —Pero yo no… —No lo niegue, pude ver el momento exacto que se colocó aquí y estaba escuchando. ¿Sabe qué les sucede a los que lo traicionan? —Fue sin querer… yo… solo… —Isabella, ¿ya le entregaste al jefe los documentos? —interrumpe Lucinda de manera deliberada, al notar que ese guardia estaba incomodando a Isabella—. Él está esperando la carpeta desde hace rato, se enojará más si se da cuenta de que estás aquí parada y no entras de una vez.El hombre le da una mirada de advertencia a Isabella antes de marcharse a su sitio. Isabella hace un asentimiento hacia Lucinda, quien a su vez le dedica una mueca de fastidio al guardia. Ella toca la puerta un par de veces y abre.—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunta Benedict cuando levanta la vista y la ve.—Vine a trabajar, tal como tu madre me mandó. —
Isabella sale de la mansión y llama a Megan, tal como habían quedado ayer. —Hola, Bella. ¿Ya fuiste a la clínica o quieres que pase a recogerte para irnos juntas? —La pregunta de Megan aumenta la amargura de su amiga.—Para eso te llamo, Megan. Lo he pensado mucho y… creo que no quiero hacerlo.Un suspiro cansado se escucha del otro lado del teléfono.—Bella, ya hablamos de eso. No puedes tenerlo, al menos que quieras condenarte a ti y a tu familia. Piensa bien, por favor. Sabes que voy a apoyarte en lo que decidas, pero como tu amiga debo ser sincera contigo respecto a las consecuencias. —Lo sé, Megan, pero me siento mal de solo pensar que estaré condenando a quien no tiene la culpa de nada. Él es inocente, no tiene que pagar por lo que ese hombre y yo hicimos.—¿Entonces, ya estás decidida a quedártelo? Te queda poco tiempo. —No. Tengo mucho miedo, amiga. Otro suspiro.—Está bien, espérame allí, pasaré por ti. Iremos a una cafetería, tomaremos una enorme taza de café con un troz