Isabella se muerde los labios. No, no puede decir que en realidad fue obligada por su tío a tomar el lugar de Alessia para salvarla, ya que ella se negaba a casarse con Benedict. Ella no quería, pero no tuvo opción.
—Por favor, yo… te juro…
Ella tartamudea, incapaz de controlar sus nervios y sus sollozos.
Benedict da unos pasos atrás, sin perder esa sonrisa macabra de su rostro. La observa con tanto asco que Isabella se siente insignificante frente a él. Desde que Pamela, su esposa, falleció en un accidente estando embarazada, él se convirtió en un ser ruin, incapaz de sentir simpatía o amor por alguien. Nada lo conmueve.
—Nunca serás igual a ella.
Isabella no logra entender el comentario de Benedict. ¿Ella quién? ¿Acaso está hablando de su prima? ¿O se refiere a su esposa fallecida?
—Yo soy una Murano. Lo juro. Nadie quiso estafarlo, soy hija de sangre de la familia.
Isabella tiembla, se levanta como puede de la cama para poder enfrentarlo. Su cabeza da vueltas y vueltas procurando pensar en alguna solución, pero no encuentra ninguna en estos momentos. No sabe exactamente qué hacer o decir, pero no puede ser devuelta a la casa Murano o su destino, y el de todos, será terrible. Todos saben del poder y alcance del clan Arrabal, si es repudiada por el jefe, será despreciada de por vida.
—¿Pretendes que te crea? ¿A una mujerzuela como tú? ¿Qué valor podría tener tu palabra cuando toda tu vida es una absoluta miseria? Una mujer como tú que ha sido tocada por otros hombres, no es digna de ser la esposa del heredero de uno de los clanes más grandes del mundo.
Benedict camina hacia la puerta, pero antes de abrirla, la mira sobre los hombros y dice.
—Cuando regrese, no te quiero encontrar aquí. Más te vale que desaparezcas, tú y todo lo que tenga que ver con tu ridícula existencia, o yo mismo te haré desaparecer para siempre.
Isabella boquea, desesperada. Es incapaz de controlar su respiración. No puede irse de aquí, él no puede echarla o su familia entera sufrirá las consecuencias. Su tío fue tajante cuando le dijo que no podía darse el lujo de perder esta oportunidad. Su empresa familiar está en bancarrota, si ella es rechazada, lo perderán todo.
Corre hasta él y en su angustia por encontrar alguna solución, se arrodilla a sus pies. Nunca fue una mujer orgullosa ni pretenciosa como él afirma, pero si tiene que suplicar, lo hará.
—Por favor, no puedes echarme —ruega con el rostro lleno de lágrimas—. Sé que no soy la novia que esperabas, pero puedo ser tan buena esposa para ti como lo desees. Haré exactamente lo que me pidas y no me meteré en tus asuntos nunca, al menos que me lo ordenes. De todos modos, este es un matrimonio arreglado, ¿qué más da quién es la novia? Tú tampoco querías esto, al igual que yo solo te impusieron el casamiento, no tenemos que despreciarnos, solo seguir la corriente frente a los demás.
El pronunciado ceño fruncido de Benedict indica que no le gusta lo que está viendo. Aunque está acostumbrado a que la gente le suplique por su vida o por otra oportunidad, no soporta la idea de que ella esté haciendo lo mismo. Tiene muy poco carácter, su actuar le repugna. Por un momento pensó que ella tendría un poco más de dignidad y se iría, pero ahora no le cabe la menor duda que es capaz de cualquier cosa por un poco de dinero y estatus.
Con un movimiento brusco, la agarra de la muñeca y la levanta. La espalda de Isabella choca con fuerza contra la puerta de madera. Un dolor agudo, aunque soportable, se expande por esa parte de su anatomía. Se muerde los labios fuertemente para no emitir un gemido de incomodidad. No debería, pero levanta la vista para mirarlo a los ojos, esos que la escudriñan con ferocidad. Los ojos azules del que ahora es su esposo no se apartan de los suyos, tal vez buscando algún atisbo de conveniencia en sus palabras.
Benedict la acorrala, su cuerpo enorme y alto, cubre totalmente el suyo. Su perfume, su aura, su presencia, la asfixian a tal grado que ella cree que va a desfallecer en cualquier momento. ¿Cómo alguien a quien acabas de conocer hace diez minutos puede provocar en ti ese tipo de comportamiento?
Sus fuerzas se reducen a nada. Ambos brazos de Isabella caen a sus costados cuando él lleva una de sus manos a su cuello y ejerce cierta presión.
—¿Qué tanto estás dispuesta a hacer para quedarte? —pregunta muy cerca de su rostro, su aliento a whisky aturde a Isabella—. ¿Qué tienes para ofrecerme que otra mujer no me pueda dar?
—Haré… lo que… sea
La voz de la joven es apenas audible debido a la incomodidad que siente en la garganta. Los dedos de Benedict se aprietan un poco más hasta que su rostro se vuelve rojo como un tomate maduro. El aire es escaso y ella lucha por inhalar un poco.
En el segundo siguiente, él la arrastra hasta la cama y de un empuje certero, está tumbada allí y él encima de ella.
—¿Así que estás dispuesta a hacer lo que sea? —Isabella asiente levemente—. Entonces serás mi esclava. Harás todo lo que te diga y estarás a mi disposición siempre. No se permite negarte a nada.
Benedict repasa los labios de ella con los dedos. Isabella cierra los ojos esperando lo peor, pero pronto el peso que tenía encima de ella desaparece y su esposo sale de la habitación sin decir nada más.