Capítulo 10. Veinticuatro horas
El silencio de Isabella es el aliciente perfecto para su esposo.
—Llama a la doctora y dile que estaremos en la clínica dentro de veinte minutos —ordena Benedict a Blas. Este llama enseguida.
Isabella se zarandea, intenta escapar del agarre de Benedict, pero no lo consigue.
—Suéltame, por favor. No tienes derecho a tratarme así. —Isabella no puede evitar llorar, sobre todo al sentir la presión que ejerce él en su brazo—. No quiero ir, no puedes obligarme.
Benedict suelta esa risita que la aterroriza.
—¿Quieres probarlo? —Isabella de nuevo es arrastrada hacia el ascensor—. Si llego a comprobar que estás esperando un bastardo, créeme, tu vida será un maldito infierno. Y yo me encargaré personalmente de eso.
—Benedict, por favor… —El ruego de Isabella no sirve de mucho para aplacar la determinación de su esposo.
Al llegar a la planta baja, Benedict la sube en la parte trasera de su auto, se sienta a su lado y el chofer los lleva hasta un sitio que ella nunca antes había visto. Es un