La frente de Benedict se frunce al ver a Isabella parada en la puerta. Ella, por su parte, no puede creer lo que está viendo. Una mujer rubia, que más o menos tiene la edad de él, está sentada en el regazo de su esposo con los brazos alrededor de su cuello. A él parece no molestarle esta acción.
—¿Quién eres tú? —pregunta Ana mirando a Isabella, enfadada por la interrupción—. ¿Por qué entras sin tocar? ¿Eres una empleada nueva acaso?
Isabella no consigue ocultar su desazón. Benedict aprovecha la oportunidad y levanta a Ana de su regazo.
—Vete, tengo una junta dentro de diez minutos. —La lleva a la puerta y la saca.
—Pero Benedict, estábamos tan a gusto. ¿No puedo quedarme esos diez minutos que tienes libre?
Ana acaricia de forma seductora la chaqueta de Benedict antes de fingir acomodar su pañuelo. Cuando está a punto de darle un beso en los labios, él la aparta.
—No, tengo cosas importantes que resolver.
Benedict entra a la oficina y cierra la puerta. Isabella sigue parada en el mismo lugar, con la mirada fija en algún punto de la vista de la ciudad por la ventana.
—¿A qué se debe esa cara? —se burla cuando nota su enojo—. Pareces molesta.
—Había una mujer sentada en tu regazo cuando llegué, Benedict —responde Isabella en voz baja—. No esperarás que no me sorprenda, ¿verdad? Nuestra boda fue apenas anoche.
—Una boda en la que la novia real no llegó, pero sí una impostora y una mujerzuela, ¿no?
—Sigo siendo tu esposa, aunque sea solo por papel. Merezco un poco de respeto.
Benedict suelta una carcajada. Para él, Isabella no merece ningún tipo de respeto.
—Si tanto te molesta, puedes irte. Nadie te detiene. No tienes nada que hacer aquí.
—No estoy aquí porque me guste especialmente estar a tu lado, tu madre me obligó a venir. Me advirtió que debía estar a tu lado, ayudándote en todo. No eres el único que tiene que aguantar, también yo debo hacerlo.
—Así que quieres ser mi asistente, te enseñaré a serlo.
Benedict se levanta de su asiento, la toma del codo y la arrastra por el pasillo. Todos miran a la mujer que acompaña al jefe. Las murmuraciones no tardan, en especial al ver la forma que él la conduce. Se preguntan quién será ella y de dónde salió. Nadie la había visto antes.
Cuando Benedict abre las puertas dobles de la sala de juntas, todos voltean a verlos. Sobre todo, a Isabella, que parece un bicho asustado a su lado.
Ella mira a cada uno de los caballeros, perfectamente vestidos con trajes oscuros de marca, sentados alrededor de la gigantesca mesa de vidrio. Todos ellos están curiosos por saber quién es ella. Al único que logra reconocer es a Antony, el marido de la señora Nora, quien le dedica una sonrisa resignada.
De pronto, se siente muy cohibida ante el escrutinio de los presentes. Ha trabajado desde muy pequeña, ningún tipo de trabajo la asusta y sabe hacer un poco de todo, pero es la primera vez que está en un sitio tan grande y suntuoso, y eso la pone bastante nerviosa. Todo su cuerpo se tensa. No sabe qué hacer ni qué decir.
—Buenos días, caballeros —Benedict saluda con voz firme antes de caminar hasta la cabecera de la mesa y tomar su asiento. Isabella lo sigue. Permanece detrás de él todo el tiempo—. Vamos a dar inicio a la junta.
Benedict agarra una buena cantidad de papeles que están en la mesa y las coloca en las manos de ella.
—Haz diez copias de cada página y tráelas aquí —le ordena. Isabella abre la boca para decir algo, pero antes de que lo haga, él añade—. ¡Ahora! Lo necesito ahora mismo.
Isabella sale hacia el pasillo y se siente perdida, no tiene idea de dónde está la fotocopiadora. Empieza a recorrer cada pasillo, busca en todas partes, hasta que por fin consigue llegar a ella. Para su suerte, hay una joven muy amable que le enseña cómo funciona y la ayuda a organizar los documentos por orden.
Casi veinte minutos después, vuelve a la sala de juntas y coloca los documentos de forma ordenada en la mesa, al lado de su esposo. Benedict agarra los papeles y los tira al basurero frente a todo el mundo. Isabella lo mira perpleja.
—Esos ya no me sirven, te tardaste demasiado. Ahora haz de estos y no te tardes tanto.
Benedict coloca en sus manos otras carpetas, llenas de documentos. El rostro de Isabella se torna pálido, pero asiente y sale con las carpetas en las manos.
La reunión prosigue. Isabella vuelve con las copias, ahora en menos tiempo que antes, pero cuando coloca los papeles encima de la mesa, su esposo vuelve a hacer lo mismo. Bota todo en el basurero y agarra otros para ordenarle lo mismo que antes.
Su rostro, que con anterioridad lucía agotado de tanto ir y venir, ahora está teñido de rojo. La diversión en las caras de aquellos hombres, la hacen sentir bastante avergonzada.
Esta vez, Isabella tarda un poco más en agarrar los papeles. Benedict le dedica esa sonrisa malvada a la que ya la tiene acostumbrada. La está humillando frente a todos, y lo está haciendo muy bien.
—Si no sirves para hacer unas simples copias, ¿qué te hace pensar que podrás permanecer en el clan Arrabal?
Su pregunta cae como un balde de agua fría sobre su cara. Los ojos de Isabella se llenan de una determinación que antes no tenía. Él está tratando de hartarla para que se vaya, pero no lo va a conseguir.
Acomoda los papeles en orden antes de volver a la fotocopiadora.