La reunión dura demasiado, tanto que Isabella pierde la noción del tiempo. Benedict ordenó muchas cosas a su esposa en ese periodo, tanto que a ella le empezaron a doler los pies de tanto ir y venir. Su estómago se sentía como un túnel sin fondo. Tenía demasiada hambre y no tuvo oportunidad de tomar siquiera una taza de café para aguantar.
Cuando todos se retiran de la sala de juntas ya es de tarde. Benedict, en compañía de su mano derecha, Blas, camina hacia el ascensor sin dirigirle una sola palabra a ella. La trata simplemente como si no existiera.
Isabella se queda mirando la puerta metálica, cerrarse con una cantidad exacerbada de carpetas en sus brazos. ¿Acaso él la dejó tirada nuevamente? ¿Ni siquiera la va a llevar a la mansión?
Con un hondo suspiro, va hasta el escritorio de la secretaria y le devuelve todas las carpetas.
—Escuché por ahí que eres la nueva asistente del señor Arrabal —menciona la mujer. La mira con cierta empatía. Si hay alguien que conoce bien el carácter de Benedict, es ella. Isabella asiente—. Parece que tu primer día fue bastante duro.
—¿Siempre es así? —Isabella cuestiona masajeando sus piernas—. Digo… tan demandante e irritante.
—Entre nosotras, de un tiempo para acá, sí. —La secretaria mira a sus lados para verificar que nadie las oiga antes de añadir—. Trabajo aquí desde hace muchos años, incluso cuando el señor Egil Arrabal era el jefe. No soy quién para juzgarlo, pero él ha pasado por cosas terribles desde que se convirtió en jefe del clan. Se le murieron dos esposas y dos hijos. No cualquiera soporta eso. En este mundo… ya sabes… pasan cosas terribles.
—¿Dos esposas y dos hijos? —Isabella está confundida. Había oído que su esposa embarazada había fallecido en un accidente hace dos años, pero no tenía idea de que él ya había estado casado.
—Oficialmente, Pamela Hernández fue su única esposa, pero antes de eso, tuvo una relación con la que era la viuda de su hermano, Adelaide Valencia, con la que tuvo un hijo. El día que iban a casarse, hubo una explosión grande en la hacienda, ella, su hijo y muchos más, murieron allí.
Isabella se lleva las manos a la boca. Su piel se eriza al escuchar la historia tan desgarradora que desconocía totalmente.
—Imagínate que el mismo día de tu boda maten a la mujer que amas y a tu hijo —añade la mujer mayor con una mueca de escalofríos—. Fueron épocas terribles, mucha, pero mucha gente murió. Poco tiempo después, se casó con Pamela. La relación entre ellos no era tan buena, no fue un matrimonio por amor y todos lo sabían. Aun así, él quedó devastado cuando sucedió aquel accidente.
Isabella asiente. Algo en su pecho se escuece. Su matrimonio con él tampoco es por amor.
—Sí, puedo imaginar todo el dolor que soportó —responde Isabella. La percepción que tenía con respecto a su esposo, cambia. De cierto modo, entiende que las cosas no fueron fáciles para él.
—Es mejor que ahora te vayas a descansar. —La mujer le hace unas señas con la mano para que se retire—. No creo que el jefe regrese hoy aquí. Ve, que mañana también estará muy cargado.
Isabella asiente. Agarra su cartera que había guardado en uno de los cajones y baja hasta el estacionamiento del edificio. Tenía la leve esperanza de que él la hubiera esperado, pero todo se desvanece cuando se da cuenta de que ninguna de las camionetas que él utiliza están.
Sale a la calle. Su única opción es ir en autobús, tal como vino en la mañana. Cuando está por cruzar la calle, un auto negro, también de alta gama, se detiene muy cerca de ella. Ella pega un brinco por el susto.
—Lo siento —La risita de Antony llega hasta ella desde el auto. Isabella levanta la vista y ve al padrastro de su esposo mirándola con diversión—. Sube, te llevo.
—No es necesario, señor. Agradezco su ofrecimiento, pero prefiero ir en autobús.
—Los autobuses son muy escasos por aquí. Vas a tardar mucho en llegar. Además, el cielo está muy cargado, creo que se acerca una lluvia.
Isabella niega.
—Gracias, señor, pero prefiero no… —Antes de que Isabella termine la frase, una lluvia torrencial empieza a caer.
Pese a que no quería hacerlo, sube al auto. El viaje es en absoluto silencio. Gracias al cielo, el viaje dura muy poco tiempo.
Cuando llegan a la mansión, Isabella agradece antes de bajar. Corre hacia las escaleras para no encontrarse con alguien. Lleva la ropa mojada.
Al momento que abre la puerta de la habitación, un montón de ropas aterrizan en su cara, dejándola aturdida. Ella da un paso atrás debido al impacto.
—No te quiero en mi habitación. —La voz irritada de Benedict retumba en sus oídos—. Tú y tus miserables cosas quedan vetadas de mi espacio. Te quiero lo más lejos posible de mí.
—Pero estamos casados, ¿dónde más puedo quedarme?
Isabella recoge sus cosas esparcidas en el suelo y las coloca en la maleta.
—Una impostora como tú nunca será mi esposa. Aléjate de mí.
—No tengo dónde quedarme, ¿dónde dormiré? ¿Qué va a pasar cuando la señora Nora sepa de esto?
Benedict de nuevo le dedica esa sonrisa malvada y cierra la puerta en su cara. Isabella observa a sus lados y no tiene ni idea a dónde meterse. Va probando cada una de las puertas y todas están con seguro, pedir la llave a una de las sirvientas sería evidenciar lo que está pasando y eso no la favorecería. En el momento que está por rendirse, una puerta en el fondo llama su atención, al dar la vuelta a la perilla, esta sede y se abre. Es un espacio húmedo y oscuro de menos de dos metros cuadrados frente a una ventana, pero al menos tiene un sillón de madera que le servirá para dormir.
Con pesar, deja su maleta a un lado y se sienta en el sillón mirando por la ventana. Su vida no puede ser peor. Se acomoda y piensa en todo lo que está pasando. Llora. Es lo único que puede hacer.