Capítulo 4. No me sirves

En el momento que Isabella sale del comedor, observa como Benedict camina a pasos rápidos hacia el estacionamiento, se sube en una camioneta negra y segundos después sale raudamente de la mansión Arrabal. Dos camionetas iguales a la de él, lo siguen. 

Ella corre hacia la salida para poder alcanzarlo, pero ya es tarde. La camioneta ya está demasiado lejos y es imposible que la escuchen o la vean.

—¡Mierda! —dice dando unos pasos más por la pasarela de piedra que lleva al portón principal, pero se detiene cuando esta se cierra luego de que la comitiva sale. 

Las palabras de su suegra Nora vuelven a su mente. ¿Cómo va a poder ir con él a la oficina si él ni voltea a mirarla?

Luego de sopesar sus posibilidades, vuelve a la habitación por su cartera. Tendrá que caminar hasta la parada de autobús que está a varias cuadras de la mansión e ir hasta allá por su cuenta. Si tuviera más dinero, hubiese pedido un taxi, pero en estos momentos su economía está muy reducida. Su tío la obligó a renunciar a su trabajo y a sus estudios para esta boda. 

Antes de salir, observa su aspecto frente al espejo. Peina su cabello y lo sujeta en la parte de atrás con una pinza. Se pone un poco de base en la cara para las ojeras y brillo en los labios. No quiere quedar mal con su suegra el primer día, tampoco con su esposo. Suficiente tiene con todo lo que le dijo anoche. 

Caminar hasta la parada le toma más tiempo de lo que creía. Además, el autobús se tarda mucho en venir. Casi una hora después, por fin, está de camino hasta la empresa.    

Benedict llega a su oficina esta mañana mucho más agitado que de costumbre. Su andar es rápido y al pasar, todos notan su humor negro. Se sienta en su sillón y su secretaria trae de inmediato una taza de café bien cargado para él, como cada mañana.

—Quiero en mi escritorio dentro de cinco minutos todas las carpetas que necesitan ser revisadas antes de la junta —ordena sin levantar la vista. La secretaria, que ya está acostumbrada a sus tratos nada caballerosos, asiente. Desde que su esposa embarazada falleció, su humor es negro y no hay nadie que lo soporte, excepto ella. Ha cambiado más de secretaria en los últimos años, que de ropa interior—. Prepara la sala, no quiero ninguna falla durante la reunión. Que todo esté perfecto.

—Así será, señor.  

Al momento que la secretaria sale, Blas, el hombre de confianza de Benedict entra con una carpeta en la mano. 

—¿Lo conseguiste? —pregunta él, sin tapujos.

Blas se acerca y coloca en su frente la carpeta con la poca información que pudo recopilar.

—No tengo información exacta sobre la mujer, en las grabaciones del club las imágenes no son nítidas debido a la oscuridad y el humo. Además, estaba demasiado lejos de la cámara y cuando salió, tomó la calle contraria, por lo que su rostro no fue captado.

—¿Entonces no tienes nada? —Benedict empieza a irritarse—. ¿Trajiste una carpeta con un montón de papeles que no dicen nada? Han pasado seis semanas desde aquella noche y hasta ahora no me has traído nada. Estoy empezando a dudar de tu capacidad. 

—Jefe, no he tenido muchos datos para hacer mi trabajo. Pero en la carpeta hay imágenes de ella, aunque de espaldas, se nota que iba acompañada de una amiga. Tal vez si mira la imagen detenidamente puede recordar alguna otra cosa que pueda ayudarme a localizarla. Mis hombres preguntaron en toda la zona y nadie sabe quienes son.                                                                   

—Me drogaron, ¿cómo esperas que me acuerde de los detalles en ese estado? Si no fuera por ella ahora estaría muerto. —Benedict tira la carpeta lejos de su escritorio—. Si no eres capaz de cumplir una orden simple, entonces no me sirves. 

—Contrataré más hombres para buscarla, jefe. Si es posible, preguntaré casa por casa. —Blas recoge los papeles esparcidos en el suelo antes de acomodarlos de nuevo dentro de la carpeta.  

—Quiero resultados. Ahora sal de mi vista.

Blas sale de la oficina, pero en la puerta se encuentra con Ana Lupot. Su excesivo maquillaje y su perfume, le causa repelús. Ella le hace un asentimiento antes de entrar y dirigirse hacia donde está Benedict. El hombre no confía mucho en ella, en el pasado seducía a Egil, ahora que él está muerto y Benedict es el nuevo jefe del clan, no pasa un día sin que venga a verlo.

Tras una mirada rápida, cierra la puerta y se va dejándolos solos. 

Isabella llega al edificio Arrabal a media mañana. En la portería la retienen media hora y le hacen cientos de preguntas. Ella explica a qué viene sin mencionar que es la esposa de Benedict, pero el encargado parece renuente a creerle debido a su aspecto sencillo. No puede creer que la nueva asistente del jefe se vista con ese tipo de vestidos y zapatos baratos.

Finalmente, cuando el portero la hace pasar, va directamente al último piso, dónde le dijo está la oficina de Benedict. Durante el trayecto en el ascensor, se topa con varias personas, todas ellas la observan con desconfianza y desagrado. 

Al llegar a las oficinas administrativas, ninguno le presta atención, por el contrario, todos están muy atareados viniendo de aquí para allá. 

—Señorita, yo vengo a… —intenta preguntar a una de las mujeres que pasan a su lado, pero esta la ignora por completo. 

Isabella suspira. Abre la boca para hablar con otro hombre que pasa a su lado, pero se rinde al notar que está hablando por celular. 

Sin más remedio, mira alrededor y las placas de “Presidente” en la puerta del fondo le indica dónde debe ir. 

Hay una mujer mayor en un escritorio frente a la puerta del presidente hablando por teléfono a la vez que revisa algunos documentos. Isabella se coloca en su frente esperando el momento para decirle que viene junto a Benedict, pero esta, cuando la nota, la escudriña de pies a cabeza antes de hacerle algunas señas con la mano. 

Ella no sabe exactamente lo que eso significa, pero sin más remedio, se dirige a la puerta y la abre. 

Isabella queda estupefacta cuando ve lo que está pasando en la oficina de su esposo.

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