Sebastián
El mensaje encriptado en mi ordenador, con la foto de Isabella durmiendo, cortó la respiración. El último enemigo, el medio hermano de Doria (hijo de Volkov o Arturo, quizás), había atacado nuestro punto más vulnerable. La casa de la costa. El lugar que Aitana y yo habíamos considerado un santuario estaba comprometido.
—¡El jefe de seguridad, García! ¡Rápido! —grité, tecleando furiosamente para intentar rastrear el mensaje.
Aitana ya estaba en el teléfono, llamando a la línea de seguridad de la costa.
—¡Respondan! ¡Es una emergencia! ¡Reporten la situación de Isabella! —la voz de Aitana era un grito desesperado.
El teléfono de la costa sonaba sin ser atendido.
—El sistema de comunicación está caído. Debe haber cortado las líneas —dije, golpeando el escritorio.
—¡No puedo creer que alguien haya llegado tan lejos! ¡Nuestra seguridad era impenetrable!
—No lo era. No para un profesional. Si es hijo de Doria, creció en el mismo ambiente de espionaje corporativo.
García irrumpió e