La noche se cerró sobre ellos como una promesa rota.
El viento ya no cantaba. Susurraba.
Y no a ellos.
A pocos metros del claro donde Elena y Darek habían sellado su pacto, una figura agazapada entre las sombras observaba en silencio. No respiraba. No parpadeaba. Solo escuchaba… y sentía.
Era un ser del abismo, moldeado con restos de carne, humo y magia negra. No tenía nombre. Ni rostro. Solo una orden: vigilar, escuchar, y regresar con la informacion.
Cuando Elena y Darek unieron sus sangres, la criatura tembló. No por miedo, sino por excitación.
El sello se había formado.
Una unión poderosa. Viva. Pero vulnerable.
El vínculo entre ambos dejó una cicatriz de energía en el aire, y el espía la absorbió como si bebiera el aliento de la tierra.
Luego, desapareció.
Muy lejos de allí, en una caverna profunda donde las paredes latían como carne viva, Nyara se alzó de su trono de raíces y espinas.
Sus ojos se abrieron antes de que la criatura siquiera llegara.
—Dime lo que viste —ordenó, con