Lo que permanece

El fuego crepitaba en la chimenea, pero Amadeo apenas lo notaba.

Afuera, la nieve caía en silencio. El refugio de piedra que habían reconstruido con ayuda de los elfos del norte era cálido y firme, pero no podía evitar sentirse ajeno a él.

Las cicatrices que cruzaban su espalda tardaban en cerrarse. A veces dolían. A veces ardían como si la batalla aún no hubiese terminado.

Y tal vez no lo había hecho.

Lucía entró sin hacer ruido, con el pelo despeinado por el viento y una bufanda prestada.

—Aren llegara mas tarde, esta al sur con los cachorros. El invierno cayó antes de lo previsto.

Amadeo asintió. No se había molestado en preguntar.

Desde la batalla, había aprendido a no esperar más de lo que la vida ofrecía.

Lucía se acercó, se sentó a su lado en el banco de madera, y dejó que el silencio hablara primero.

—¿Hoy duele más? —preguntó al cabo de un rato.

Él soltó una risa breve, sin alegría.
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