El sol se levantaba por la ventana, el Saelith estaba inquieto, Elena no se extrañó, desde que supo que estaba embarazada, el Saelith se mantuvo en guardia, nunca la dejaba sola.
—Algo está mal—Elena oyó la voz de el Saelith en su cabeza. —¿Con el bebé?—Se preocupó Elena. —No. Algo en el aire es de advertencia. De pronto un rugido resonó en la prisión de Nyara. Elena corrió y detrás de ella el Saelith y Kael. Pararon en seco no podían creer lo que veían. Ailén, la que tantas noches le había ayudado a desentrañar el libro antiguo, estaba frente a ella, pero ya no era la misma. Sus ojos brillaban con una luz extraña, mezcla de miedo y resolución. —¿Por qué, Ailén? —preguntó Elena con la voz rota—. ¿Por qué liberaste a Nyara? Ailén bajó la mirada, pero su voz salió firme. —Porque temía que te destruyeras.