Elena caminó hasta el centro del círculo de protección que Amadeo había dibujado horas antes. Sentía su magia flotar dentro de ella como un animal herido. Todavía respiraba… pero se escondía en lo más profundo.
Lucía preparaba infusiones y ungüentos mientras evitaba cruzar miradas con Amadeo, quien se mantenía al borde del claro, serio como una estatua.
Darek no se separaba de Elena. Su cercanía era silenciosa. Protectora. Celosa.
—Necesito respuestas —dijo Elena de pronto, su voz cortante como el filo de una daga.
Amadeo giró el rostro, y sus ojos brillaron un instante.
—Tendrás lo que pides. Pero no será fácil de oír.
—No me importa. Quiero saber quiénes eran mis padres. Sobre todo… él. El hombre de mi visión. El que me llamó hija.
Amadeo dio un paso hacia ella, pero Darek también lo hizo, como si su mera presencia fuera una amenaza.
—Tranquilo, chico sombra —murmuró Amadeo con desdén.
Lucía alzó la vista, y en su mirada apareció algo más que cansancio: incomodidad.
—Dile