La noche se espesaba, pero Aren no bajaba la guardia.
Lira caminaba junto a él, sus pasos seguros, pero sus ojos alertas a cualquier movimiento.—Estamos cerca —dijo ella, señalando una cueva oculta entre los árboles.—¿Estás segura? —preguntó Aren.—No del todo. Pero el olor a corrupción es fuerte allí.Se acercaron con cuidado.Aren puso una mano en la empuñadura de su espada mientras Lira afilaba las uñas, lista para la batalla.Dentro, sombras susurraban, figuras distorsionadas que aún se aferraban a la oscuridad de Nyara.Era la última línea de resistencia.Y la cacería continuaba.La cueva olía a podredumbre.No la del cuerpo, sino la del alma.Aren se agachó junto a una grieta en la piedra. El suelo tenía marcas recientes: huellas de criaturas alteradas por la oscuridad, deformadas.A su lado, Lira olfateó el aire, los músculos tensos, la lanza curva lista para volar.