La entrada a la prisión de Nyara estaba envuelta en una niebla espesa que parecía absorber la luz del sol. Elena, oculta tras un velo mágico que disimulaba la forma redondeada de su vientre, avanzó con cautela. Kael caminaba a su lado, silencioso, siempre vigilante.
Al cruzar la entrada, un frío punzante cortó la piel, pero Elena apretó los puños y mantuvo la compostura. Frente a ellas, en una celda hecha de luz sólida y cadenas de fuego etéreo, Nyara reposaba en un trono oscuro, su mirada feroz como un filo.
Nyara sonrió, una sonrisa que no alcanzaba los ojos.
—Has venido, Elena. Con compañía. —Su voz era un susurro venenoso—. ¿Crees que puedes ocultar lo que llevas dentro?
Elena tensó la mandíbula, manteniendo el hechizo.
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