Mundo de ficçãoIniciar sessãoCamely casi se detuvo al llegar al altar. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera salirse de su pecho.
Por un instante, sus ojos se clavaron en ese hombre que estaba de pie frente a ella. No era un anciano ni un hombre vulgar; al contrario, era demasiado atractivo, casi imposible de mirar sin perder la respiración.
Parecía un actor de cine, demasiado guapo, como tallado por dioses griegos, con un porte que imponía respeto y un magnetismo que dejaba sin aliento. Cada gesto suyo, cada movimiento medido, transmitía autoridad y serenidad.
Camely sintió cómo su mundo se reducía a ese instante: él y ella, y el resto desaparecía.
—¿Me equivoqué de iglesia? —susurró, apenas audible, tratando de calmar el temblor de su voz, pero su corazón la traicionaba.
Los ojos de Zacarías la observaron de arriba abajo, con una calma tan intensa que parecía analizarla sin juicio, evaluándola como quien contempla un objeto curioso, intrigante y nuevo.
Camely esperaba algún destello de desprecio o rechazo, pero no lo hubo. Solo había serenidad, control y una intensidad que la dejó paralizada.
“No esperaba que esta mujer fuese la heredera de los Delmar”, murmuró su mente.
—Cállate, tonta —la voz de Orson Delmar la devolvió a la realidad—. Zacarías Andrade, esta es mi hermana, la heredera de los Delmar. Más te vale que la respetes, así como la ves, es mi hermana y no permitiré que la humillen, ¿entiendes?
Zacarías giró la cabeza hacia Orson, sin prisa, con esa elegancia natural que parecía nacer de él, y respondió con una voz baja y medida, tan firme que no admitía réplica:
—Soy un caballero. No tengo por qué humillar a una mujer, menos aún a mi esposa.
Luego, de manera lenta y deliberada, extendió su mano hacia Camely.
Ella vaciló, con las piernas temblorosas, pero cuando sus dedos se rozaron, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo.
Su piel se erizó al contacto; era suave y cálido, seguro, firme. Camely lo miraba como si estuviera soñando, completamente embobada, como una niña viendo un helado que no puede alcanzar.
Su mente se llenó de pensamientos confusos: miedo, deseo, fascinación y vergüenza, todo mezclado en un torbellino que la dejaba sin aliento.
Zacarías notó su reacción y, con un leve fruncido de ceño, murmuró:
—Deja de mirarme. Concéntrate.
Camely mordió su labio inferior, intentando recomponerse, mientras la tensión entre ellos se sentía casi tangible.
“Sí, guapo y casi un Adonis, pero… seguro me va a despreciar. Será frío, severo, un tirano”, pensó, y, aun así, no podía apartar los ojos de él.
Algo en su porte, en su forma de sostenerse, le decía que detrás de esa máscara de control había profundidad, no podía dejar de soñar, Él sería su esposo, ¿podría ser suyo?
Alzó la mirada hacia el altar.
Orson se sentó junto a su prometida, y fue entonces que la señora Romina Andrade se acercó, sentándose con su porte altivo y calculador.
—Orson Delmar, ocultaste muy bien que tu hermana es tan… obesa, hiciste esto para obligar a mi hermoso hijo a desposarla —dijo, con el ceño fruncido y la voz llena de desdén.
Los ojos de Orson la miraron con fuego.
—Señora Andrade, ¿tiene un problema? Todos aquí sabemos que le he comprado un marido a mi hermana. Si tiene un problema, seguro otros caballeros en la misma situación de pobreza que exhibe su familia ocuparían su lugar. ¿Quiere probarlo?
Romina apretó los puños y se alejó, su orgullo herido.
Orson sonrió discretamente, satisfecho de haber defendido a su hermana, a pesar de todo, no dejaría que alguien externo ofendiera a su única familia viva.
El momento de la ceremonia llegó. El sacerdote comenzó:
—¿Zacarías Andrade, aceptas como tu legítima esposa a Camely Delmar, para amarla, serle fiel y respetarla en la salud y en la enfermedad por todos los días de tu vida?
Hubo un instante de silencio.
Zacarías dudó, apenas, lo suficiente para hacer que Camely temiera la peor humillación de su vida
Él pensaba en su decisión; Casarse con ella… sin amor aún, pero con la firme intención de respetarla, cuidarla, y comprenderla, eso era lo que iba a aceptar.
—Acepto —dijo finalmente, con voz firme.
Camely sintió un alivio inmediato.
Estaba sorprendida de que hubiera aceptado, pero su corazón no pudo evitar un atisbo de ilusión.
Sabía que en ese matrimonio no había amor, pero no podía dejar de ser soñadora e imaginar que tal vez, solo tal vez, en su mente y mundo podía surgir algo más.
—Camely Delmar, ¿aceptas a Zacarías Andrade como tu legítimo esposo, para amarlo por todos los días de tu vida?
—Acepto —respondió, con voz temblorosa, tratando de contener la emoción que le subía por la garganta.
—Por el poder que Dios me ha dado, los declaro marido y mujer. El novio puede poner el anillo y besar a la novia.
Zacarías tomó el anillo y, al intentar colocarlo en el dedo de Camely, notó que no entraba.
Todos en la iglesia rieron, algunos con burlas, y Camely sintió que la vergüenza la consumía, haciendo que su rostro se tornara rojo escarlata.
Él, sin alterarse, colocó el anillo en su meñique, con la precisión y calma que lo caracterizaban.
—Te daré uno mejor, pronto, lo prometo —dijo, con una firmeza sin dudas.
Luego, tocó su rostro con suavidad, que demostraba cuidado.
Camely, esperanzada, creyó en la idea de las novelas que veía: un beso apasionado, pero en su lugar, él depositó un beso delicado en su frente.
Fue un gesto simple, elegante y tranquilo.
Ella cerró los ojos, sintiendo cómo un calor inesperado la inundaba.
Los murmullos comenzaron de nuevo, esta vez con saña.
—¡Es tan gorda que el anillo no le quedó!
—¡Oh, qué vergüenza, el sexy Zacarías Andrade, no quiso besar los labios de la esposa gorda en plena boda!
Camely bajó la mirada, sintiéndose humillada.
Pero Zacarías, percibiendo su incomodidad, sin que ella dijera nada, la tomó suavemente de la cara, la sostuvo con firmeza y la besó.
Fue un beso breve, medido, pero con un calor profundo, dulce y delicado.
Nunca había sido besada antes, y cada célula de su cuerpo pareció despertar de golpe, como si flotara entre nubes.
Su corazón latía tan rápido que temió que explotara.






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