Casi se terminaba el mes en el cual había comenzado a trabajar en la empresa de Zaid y estaba segura de que dentro de poco tendría que decirle a su pequeño quién era su verdadero padre. Firmó todo lo relacionado con el campamento e incluso dio el dinero para que su hijo estuviera cómodo y no tuviera que compartir habitación con alguien más, a menos que él lo quisiera. Era algo extra. No obstante, debía cuidarlo al menos a la distancia.
—Estos son mis amigos, mamá. —Zaid levantó la mano para llamar a un grupo de amigos—. Son los chicos que te dije antes.
—Hola, es un placer.
—El placer es nuestro, señora Anya —dijo la chica, y la abrazó—. Usted es muy hermosa. Creo que me enamoré de usted.
—¿Uh?
—Sí, todos ellos saben el lenguaje de señas. Aquí no los enseñan