La luz de la mañana se colaba a través de las cortinas, suave y dorada, bañando la habitación con una calidez íntima. Julie despertó envuelta entre las sábanas blancas, su cuerpo todavía sensible, aún marcado por la intensidad de la noche anterior. Se giró hacia su lado derecho y ahí estaba él, Ryan Campbell, desnudo, dormido boca arriba con una mano bajo la almohada y la otra descansando sobre su abdomen. Su pecho subía y bajaba con un ritmo pausado, su rostro relajado, pero incluso así, mantenía esa expresión de hombre dominante que no se apagaba ni en el descanso.
Ella lo contempló unos segundos más, hasta que él entreabrió los ojos, parpadeando hacia la luz.
—¿Ya estás despierta, francesa? —murmuró con voz ronca, esa que parecía arrastrar el deseo desde lo más profundo de su pecho.
Julie sonrió levemente, acariciando su cabello revuelto.
—Tengo hambre —dijo en un susurro juguetón.
—Yo también… —respondió Ryan, deslizando la mano por la sábana hasta su muslo, pero ella le dio u