Jackson se sentó frente al tablero como si tomara asiento en un trono. El mármol negro y blanco reflejaba la luz tenue del salón privado de Tentación, donde varios grupos seguían bebiendo y celebrando. Sin embargo, en aquella esquina exclusiva, todo se detuvo. Christopher, de brazos cruzados, observó el tablero como si allí se estuviera librando una batalla mucho más importante que una simple apuesta por un baile con Alisson.
—¿Segurísimo que quieres hacer esto? —preguntó Christopher con una sonrisa ladeada, acercándose con aire de suficiencia.
—¿Tienes miedo? —replicó Jackson, entrelazando los dedos con tranquilidad.
Christopher ocupó la silla frente a él, se remangó los puños del saco y chasqueó la lengua con fingido fastidio.
—Solo me duele que tengas que perder públicamente —murmuró, mirando a su alrededor—. Esto va a dolerte en el ego, Davis.
Jackson sonrió con arrogancia.
—Juguemos.
Los primeros movimientos fueron silenciosos. Cada uno se concentró en abrir la partida con preci