El murmullo de las teclas, el paso apurado de asistentes y el eco de teléfonos al otro lado del pasillo parecían desvanecerse cuando Julie entró en el piso principal de Tentación. Iba maquillada, impecable como siempre, pero con los ojos hinchados y el alma hecha trizas. Su corazón palpitaba con fuerza, y su mano tembló cuando empujó la puerta de la oficina de Ryan. Habían pasado días, quizás semanas desde lo que había pasado en Milan. Y, aunque no se atrevía a verlo a la cara sin sentir que se ahogaba sabía que tarde o temprano tenía que enfrentar la realidad.
Se quedó inmóvil cuando la puerta se abrió y vio el interior de aquel espacio.
El lugar estaba distinto. El rincón que solía pertenecerle—su escritorio, su silla, sus carpetas con atuendos, su aroma—había desaparecido por completo. Solo quedaba un espacio vacío, como si su existencia hubiera sido arrancada de raíz.
Ryan estaba allí, revisando algunos papeles, sin levantar la vista. Su postura era tensa, el ceño fruncido, las m