Ryan no sabía si mandar a asesinar a su amigo o hacerlo él mismo. Ni siquiera habían pasado dos horas, dos miserables horas desde que habían llegado al hotel, cuando dos policías federales lo sacaron de su cama a medio vestir y lo acusaron de secuestro.
—Te dije que era una locura llevar a Alisson Miller de esa manera al hotel —masculló, con los dientes apretados y la mirada enrojecida.
Christopher no le respondió; estaba tratando de asimilar las últimas palabras que le había dicho Alisson. ¿Embarazo? ¿Otro hijo de Michael Miller? Las náuseas se instalaron en su estómago y una urgentisima necesidad de vomitar subió a su garganta.
—¡Pare el maldito automóvil! —dictaminó con voz ronca, pero los oficiales de policía no le hicieron caso.
Christopher quiso aguantar la presión, pero la arcada de vómito lo invadió y lo obligó a dejar todo en el asiento delantero. Desechos de whisky, vodka y agua mineral quedaron impregnados en los asientos y algunos residuos salpicaron a los uniformes de