Las palabras de Elizabeth se repitieron en la mente de Alisson como un mantra, una y otra vez, sin descanso. Sin embargo, el odio que recorría sus venas y la sed de venganza estaban más latentes que nunca. No quería, ni podía, desistir de sus planes. Deseaba ver a Christopher Langley arrastrarse por su perdón, verlo arrepentido, sintiendo por primera vez lo que ella había sentido durante años. Tomó a sus hijos y los subió a su auto deportivo, ese que se había ganado con su esfuerzo y trabajo, porque, aunque Michael le había regalado uno, ella no lo había aceptado.
—¿Quiere que la acompañe, señorita Miller? —preguntó el chófer y escolta de la familia, con preocupación.
—No, muchas gracias. Puedo arreglármelas sola —respondió ella amablemente, mientras acomodaba a los niños en sus sillitas de paseo.
Estaba acostumbrada a salir con ellos sola. Era algo privado y personal que se permitía cada domingo; ella lo llamaba "salida familiar". Aunque Elizabeth y Michael fueran como su familia, Al