—¡Maldición! —exclamó Alisson mientras veía la sonrisa irritante de Christopher.
Su corazón se aceleró de forma inmediata. Ya no podía soportar más su cercanía, sus ojos grises mirándola con esa intensidad que quemaba, y su maldito perfume. ¿No tenía otro perfume que no fuera ese?
—Apenas escampe, te largas Langley —exclamó, caminando hasta la cocina y comenzando a preparar algo para la merienda.
Sus hijos adoraban tomar chocolate caliente en los días lluviosos. Así que sacó un par de barras de chocolate de la encimera y los derritió con un poco de leche. También acomodó un par de galletas de súper mercado y las acomodó con cuidado en un bol de vidrio. Estaba tan concentrada que no se dió cuenta que Christopher estaba ahí, en la puerta de la cocina, con las manos apoyadas en el marco de la puerta y observándola con mucha intensidad. Cuando se giró, brincó en su puesto.
—¿Qué haces ahí? No puedes merodear por mi casa como si fuera tuya —dijo ella llevando la mano a su pecho.
—Él olor