No hablamos más.
El silencio se quedó con nosotros, pero era otro tipo de silencio. No el helado, el que corta, el que castiga.
Era un silencio herido, sí, pero honesto. El de dos personas que se habían dicho todo y, por primera vez, no intentaban taparlo con promesas vacías.
Günter respiraba hondo a mi lado. Yo también. Era extraño, estar tan cerca y al mismo tiempo tan lejos.
Pero por alguna razón… no dolía como antes.
Dolía distinto.
Menos como una herida abierta, más como una cicatriz reciente.
Sensible. Presente. Pero cerrándose.
Durante un rato, no sé cuánto, miramos la ventana juntos.
Las luces del pueblo seguían parpadeando en la nieve, como si el mundo allá afuera siguiera su curso, indiferente a nuestro pequeño derrumbe.
Me recosté un poco contra el marco de la ventana. No por cansancio físico, sino por agotamiento emocional.
Sentía el cuerpo entumecido, como si cada palabra que había dicho antes me hubiera drenado por completo.
—¿Tienes frío? —preguntó él, sin moverse.
Negu