Me desperté antes que él. El apartamento estaba en silencio, como si el fin de semana se resistiera a terminar.
Cassian seguía dormido a mi lado, con el ceño apenas fruncido y el cuerpo en una posición tensa, como si ni en sueños lograra soltarse del todo. Me quedé mirándolo unos minutos, tratando de leer en su rostro lo que no había dicho la noche anterior.
Cuando abrió los ojos, me sonrió, pero fue una sonrisa apagada. Casi automática.
—Buenos días —murmuró.
—Buenos días —le respondí, en voz baja.
Se sentó en la cama, pasó una mano por su rostro y luego se levantó sin decir nada más. Caminó hacia la cocina y puso a funcionar la cafetera, todo en silencio. No había sarcasmo, ni comentarios mordaces sobre el lunes. Solo movimientos medidos, lentos, como si le costara estar presente.
—¿Dormiste bien? —pregunté desde la puerta del cuarto, observándolo.
Cassian asintió sin mirarme.
—Sí.
Tomamos café juntos, pero el silencio se impuso. Él hojeaba el periódico desde su tablet, pero no pasa