Nos quedamos en silencio un momento más, con la frente apoyada, respirando el mismo aire como si eso pudiera calmarnos.
Y entonces, en voz muy baja, casi rota, él preguntó:
—¿Y por mí… qué sientes?
Sentí que se me encogía el estómago.
No era una pregunta para la que tuviera una respuesta simple. No con todo lo que había pasado. No con la manera en que el pasado seguía respirándome en la nuca.
Le tomé la mano. La apreté con fuerza.
—Cassian… no quiero mentirte.
Lo vi cerrar los ojos, como preparándose para un golpe. Pero no lo solté.
—No sé si te amo —le dije, sin rodeos—. Todavía no. No estoy lista para usar esa palabra de nuevo. La usé tan mal antes… la desgasté. Me la arranqué a mí misma para dársela a alguien que no la merecía.
Él asintió, tragando saliva. No dijo nada.
—Pero sí sé que te quiero —añadí, sin soltar su mano—. Mucho. Que pienso en ti cuando me pasa algo bueno, y también cuando todo se cae a pedazos. Que me importas más de lo que me permito admitir la mayoría de los dí