La esposa del contrato
La esposa del contrato
Por: Raybe
Prólogo

La lluvia golpeaba los cristales de la biblioteca como un presagio. Alexandra permanecía inmóvil en el rellano de la escalera, la voz de su hermana atravesando la pesada madera de la puerta entornada.

La luz de la tarde se filtraba por los altos ventanales, iluminando las motas de polvo que danzaban en el aire como espíritus libres. Sus dedos, delgados y adornados solo con un pequeño anillo de plata, acariciaban la textura rugosa de una página que reproducía *El Nacimiento de Venus* de Botticelli. Soñaba con el día en que, en lugar de solo admirar reproducciones, pudiera estar frente a la obra maestra real en la Galería Uffizi, con una placa a su lado que dijera: "Curaduría: Alexandra Devereux". Sería su victoria personal, su huida definitiva de la "basura dorada" donde había crecido, un mundo de apariencias, transacciones y mentiras elegantes.

—¡Pero papá, es injusto! ¡Ese hombre es un salvaje, un amargado! Tú mismo lo dijiste —la voz de Victoria era un quejido caprichoso—. Que sea Alexandra. Al fin y al cabo, ¿qué vida tiene ella? Se pasa los días entre polvorientos libros de arte. Ni siquiera notará la diferencia.

Alexandra sintió que el suelo cedía bajo sus pies. *¿Notar la diferencia? * Iba a venderse para saldar una deuda que no era suya. Iba a ser entregada a un desconocido, un hombre del que solo sabía que era rico, poderoso y, según los rumores, profundamente cicatrizado.

—Victoria tiene razón —la voz de su madre, Amelia, sonó fría y distante—. Alexandra es... más dócil. Aceptará las condiciones. Es por el bien de la familia.

El bien de la familia.  Las palabras resonaron en su mente como una sentencia. Soñar con libertad, con recorrer museos y darle sentido a la belleza, había sido su único consuelo. Ahora, ese sueño se trocaba por un contrato. Su padre no dijo una palabra. Su silencio fue la confirmación final.

Apretó el libro de historia del arte que llevaba contra el pecho, como si fuera un escudo. Una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla, salada como la traición. No aspiraba a su dinero, ni a su poder. Solo anhelaba una vida propia. Pero esa noche, en la lujosa y fría casa que siempre fue su jaula, aprendió que hasta los sueños más simples tienen un precio, y que a veces, son los inocentes quienes deben pagarlo.

Mientras, en un ático milanés, Adriano De'Santis observaba la ciudad a sus pies. El silencio era tan absoluto que podía oír el latido de su propio corazón, un eco vacío en una fortaleza de cristal y acero. Una foto de su hija Aurora sonriendo era el único punto de luz en la sobria decoración. Detrás de él, sobre el escritorio, descansaba un contrato matrimonial. Cláusulas precisas, condiciones frías. Una transacción limpia. No necesitaba una esposa, necesitaba una solución. Una niñera permanente y un acuerdo comercial disfrazado de alianza familiar.

No creía en las segundas oportunidades. El amor era un espejismo que ya había perseguido una vez, y el precio había sido su alma. Pero por Aurora, por asegurar su futuro, estaba dispuesto a todo. Incluso a comprar una esposa.

Dos vidas rotas por caminos diferentes, a punto de chocar. Un contrato que marcaría el comienzo de una guerra entre el orgullo y la vulnerabilidad, entre el rencor y la esperanza. Y en el centro de todo, una niña que anhelaba una familia y un amor que se atrevería a nacer entre las ruinas.

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