La confesión de Victoria, grabada y firmada, era un arma cargada. Para Adriano, no era solo la prueba que Alexandra necesitaba; era la llave para comenzar a expurgar el veneno que había envenenado su vida. Y empezaría por la fuente más cercana: la familia Devereux.
No hubo advertencia. No hubo llamada diplomática. A la mañana siguiente de obtener la confesión, Adriano tomó su jet privado a Nueva York. No fue a la lujosa mansión de los Devereux. Fue directamente a las oficinas de "The Oasis Group", la empresa que, técnicamente, aún dirigía Victor, pero que sobrevivía únicamente por el soplo artificial de los fondos de De'Santis Holdings.
La entrada de Adriano en la suite ejecutiva fue como la de un tornado. Ignoró a la asistente aterrorizada y abrió la puerta del despacho de Victor sin llamar. Victor estaba en su escritorio, y su rostro, que mostró una sonrisa nerviosa al verlo, se descompuso en un segundo al captar la tormenta en los ojos de Adriano.
—Adriano, ¡qué sorpresa! No me avi