La victoria de Alexandra por recuperar la biblioteca había sido efímera. Aunque el espacio ahora era suyo de nuevo, la atmósfera en el palacio seguía siendo tensa. Adriano mantenía una distancia glacial, y cada interacción con él era un recordatorio de los términos frágiles en los que se basaba su triunfo. Sin embargo, el pequeño rayo de luz que era Aurora y la posibilidad de sumergirse en sus libros le daban la fuerza para seguir adelante.
Estaba en la biblioteca, rodeada del olor reconfortante de papel y cuero antiguo, tomando notas para un ensayo sobre el simbolismo en las obras de Caravaggio. La luz de la tarde se filtraba por los altos ventanales, iluminando el polvo de siglos que danzaba en el aire. Por un momento, podía casi olvidar dónde estaba y por qué.
El sonido estridente de su teléfono móvil, un dispositivo que rara vez sonaba, la sacó bruscamente de su ensoñación. En la pantalla brillaba un nombre que le hizo helar la sangre: **Victoria**.
Una sensación de frío le recorr