13. Firmeza
Alejandro Montenegro
El silencio que quedó en el despacho era peor que el ruido.
La puerta aún se movía ligeramente, oscilando por el golpe con el que ella se fue.
Pero ya no había nadie más. Solo yo… y los pedazos de lo que acababa de romper.
El cuadro estaba hecho trizas en el suelo. El jarrón, el escritorio, los papeles que volaron cuando barrí todo con el brazo.
Y aún así… no bastaba.
Nada bastaba.
Me quedé en medio del desastre, respirando agitado, con los puños apretados, con los dientes tan tensos que sentía que me iba a partir la mandíbula.
El dolor estaba ahí. Latente. Sordo. Maldito.
Y entonces exploté de nuevo.
—¡¿Por qué me importas con un carajo, Lisseth?! —grité al vacío, al suelo, al silencio que no respondía.
Mi voz se quebró en la última palabra. No por debilidad. Por rabia.
Por no entender.
Por saber que esa frialdad que le mostré… esa crueldad…
No era real.
Era solo una máscara.
Una maldita máscara para no mostrar lo que en verdad sie