Capítulo 10. Reacción
Ivy Cross
La brisa nocturna me rozó el rostro como una caricia suave, casi burlona, y sentí un leve escalofrío recorrerme la espalda. Estaba de pie junto a Alejandro, frente a la mansión, mientras las camionetas negras se alejaban lentamente por el camino de grava, perdiéndose entre los árboles centenarios que custodiaban la propiedad como guardianes mudos. Las luces traseras tintineaban como luciérnagas artificiales antes de desaparecer por completo.
Apreté los labios. Sabía que había tomado más vino del que debía. No estaba ebria, pero sí lo suficiente para sentir el cuerpo liviano, las ideas sueltas y la lengua más desatada de lo habitual. Las risas con mis dos nuevas “amigas” griegas —ambas esposas de los capos con los que Alejandro acababa de cerrar el negocio— todavía resonaban en mis oídos, como un eco de otra vida. Una vida social. Una vida fuera de mi celda de lujo.
Quizás, pensé, no había sido tan mala idea salir de aquella habitación. Encerrarme fue una decisión que tomé co