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Capítulo 11. Una oscuridad

Ivy Cross

El agua caliente me envolvía como un abrazo. Llevaba más de veinte minutos sumergida en la bañera rústica de la habitación principal, la que ahora, por decreto divino de Alejandro Cross, era también mi habitación.

Nuestra habitación.

La idea seguía revolviéndome por dentro, como si fuese veneno y néctar a la vez.

Cerré los ojos, con la cabeza recargada contra el borde de piedra. Mis piernas flotaban levemente, y la espuma perfumada cubría apenas lo suficiente para mantener una mínima dignidad. El vino en mi sistema aún me adormecía los sentidos, pero lo que más me inquietaba no era el alcohol… era la lujuria.

Me dolía. Literalmente. Cada vez que pensaba en él, en su maldita boca, en sus manos grandes, en esa forma en que me miraba como si ya supiera qué zonas de mi cuerpo temblaban más. Mis muslos se apretaban bajo el agua. Mis dedos se deslizaban con suavidad, no del todo inocentes, y entonces me detuve.

No, me dije, conteniéndome. No vas a darte placer como una adolescente
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