Madam Merrie caminó con paso firme entre las sombras densas del bosque, sus pies, calzados con botas de cuero suave, apenas tocaban el suelo cubierto de hojas secas y musgo húmedo. Cada pisada era calculada, silenciosa, una danza ancestral que solo aquellos que se movían entre la magia podían dominar. El aire nocturno, frío y penetrante, estaba cargado de una magia antigua, palpable como una densa neblina, la misma que ella había tejido con hebras de luz lunar y voluntad férrea años atrás para proteger la frontera de la manada del Rey Alfa. Sentía cómo esa energía vibraba bajo su piel, una extensión de su propio ser, un recordatorio constante de la promesa que había hecho y del sacrificio que eso implicaba.
Su rostro, sereno en apariencia, ocultaba una tensión profunda que se acumulaba bajo la piel, tirando de sus músculos faciales. Sus ojos, normalmente de un azul brillante, ahora eran pozos de concentración, escrutando cada sombra, cada susurro del viento. Esta noche no había espaci