El dosier «Protocolo - Nivel 1» pesaba en mis manos como un ladrillo. No por su grosor —apenas veinte páginas—, sino por lo que representaba: el manual de instrucciones de mi nueva vida. Lo dejé sobre el escritorio de mi suite, sin abrirlo durante horas. Mirarlo era rendirse un poco más. Pero la curiosidad, esa maldita curiosidad que me había metido en este lío, terminó por ganar.
Al abrirlo, no encontré las órdenes arbitrarias o las amenazas veladas que esperaba. Era peor. Era un sistema. Metódico, detallado, obsesivamente organizado.
Sección 1: Movimiento. Un mapa de la propiedad dividido en zonas: Verde (acceso libre: suite, jardines designados, biblioteca, sala médica). Ámbar (acceso con acompañamiento: cocina, gimnasio, salas de control). Rojo (acceso prohibido: ala este, garajes subterráneos, oficina de Rojas). Horarios: las puertas entre zonas se abrían y cerraban en momentos específicos. Una prisión con horario de visita.
Sección 2: Comunicación. Una lista de números internos.