La paz era una mentira cómoda, un frágil espejismo que Clara había saboreado por apenas setenta y dos horas. Lo supo tan pronto como Gael cruzó el umbral de su oficina, su tableta brillando en la penumbra como la lápida de su breve tregua.
No hacía falta que dijera nada; la rigidez en sus hombros, el ceño levemente fruncido, eran el parte médico de una nueva enfermedad, un diagnóstico mudo de peligro inminente.
“Se están moviendo,” anunció Gael, su voz un hilo de tensión controlada mientras proyectaba un mapa de calor criminal sobre la pared blanca. Los colores fríos y cálidos se entremezclaban como una infección en una termografía.
“Con el jefe... convaleciente y la señora Torres alejada temporalmente tras su rechazo, el ecosistema interpreta debilidad. Y la debilidad atrae a los carroñeros.”
Tres focos rojos pulsaban con insistencia en el mapa, tres cánceres recién diagnosticados. Gael los señaló con la precisión fría de un patólogo.
“El primero: los remanentes de John. Sin Liam, pe