El aire en la galería era denso, cargado con el olor a papel fotográfico antiguo, polvo y la colonia amaderada de Santoro. Sus palabras, su explosión de ira y luego esa oferta retorcida, colgaban entre nosotros como un hacha.
¿Te vas? ¿O te quedas?
Mi mirada recorrió la galería de horrores una vez más. Las fotos de su infancia dura, su ascensión criminal, los cuerpos de sus enemigos… y luego yo. Mi dolor, mi vida trivial, capturada y archivada como otro paso en su camino. Era la confesión más perturbadora y retorcida imaginable. No era arrepentimiento. Era posesión. "Éste soy yo", había dicho. Y esperaba que eso fuera suficiente.
—¿Construir? —logré decir, y mi voz sonó ronca, gastada—. ¿Construir qué sobre… sobre esto? —Señalé con un gesto tembloroso la pared de los cadáveres—. ¿Un imperio más grande? ¿Una jaula más dorada?
—Un legado —rectificó él, su ira había menguado, transformándose en una intensidad febril—. Juntos. Tú tienes la inteligencia, la integridad que este mundo corrom