La tregua se solidificó día a día, no como un sentimiento, sino como una estructura funcional. La mansión, antaño una tumba suntuosa, comenzó a latir con un nuevo ritmo. Los guardias, que antes solo veían a la "amante del jefe", ahora se cuadraban ligeramente cuando Clara pasaba por los pasillos. "Doctora", la llamaban, con un tono que entrecruzaba el respeto y la curiosidad. Ella respondía con una inclinación de cabeza, aprendiendo sus rostros, sus nombres. No era una estrategia calculada; era su naturaleza. Para ella, siempre habían sido personas, no herramientas.
Félix observaba esta transformación con la intensidad de un estudioso ante un fenómeno nuevo. La veía en la sala de control, discutiendo con Gael los protocolos de seguridad no desde la paranoia, sino desde la eficiencia humana. "Si rotamos a los guardias cada seis horas en los puestos de mayor estrés, mantendremos los niveles de alerta más altos", argumentaba. O en la enfermería, donde su presencia calmaba a los heridos m