La luz del amanecer se filtraba por las ranuras de los paneles de acero que aún sellaban las ventanas, pintando líneas doradas en la penumbra rojiza de la suite. El equipo médico se había retirado a una habitación contigua, dejando a Clara en reposo vigilado, las contracciones detenidas por el goteo constante del tocolítico. Los latidos de Lucas y Emma sonaban como un suave y constante tamborileo de vida en el monitor, un recordatorio tranquilizador de que lo peor había pasado, por ahora.
Félix no se había movido de su lado. Se había sentado en una silla junto a la cama, su espalda recta pero su postura cargada de una fatiga que iba más allá de lo físico. No hablaba. Solo observaba. Observaba el suero, el monitor, el tenue movimiento de sus párpados mientras ella descansaba. Era una vigilancia diferente a la de antes. No era la del carcelero sobre su prisionera, sino la del centinela ante algo infinitamente preciado y frágil.
Clara despertó con un sobresalto suave, la memoria del dolo