El ruido cesó. No de golpe, sino como un animal que, tras una larga cacería, se recuesta exhausto. El zumbido de las máquinas en la sala de control fue el primer sonido que Clara reconoció como ajeno al caos. Luego, su propia respiración, calmándose al ritmo de la mano de Félix en la suya. Él no dijo una palabra mientras la guiaba fuera de aquel centro nervioso ahora bajo el control meticuloso de su equipo. Atravesaron pasillos silenciosos, flanqueados por hombres que, al verlos pasar, bajaban la mirada en un gesto de respeto que ya no era solo para Félix, sino también para la mujer que caminaba a su lado. La noticia de lo ocurrido en el sótano, de su liderazgo, se había propagado con la velocidad del rumor en un mundo donde la información era moneda de supervivencia. No volvieron a la celda de lujo de John, ni a ninguna habitación del complejo. Félix la llevó a un ascensor oculto tras un panel falso, que descendió a niveles más profundos y, paradójicamente, más seguros. Las puertas s