La sala de control del complejo era un cerebro recién extirpado de su cráneo. Las pantallas, que horas antes mostraban un despliegue omnisciente de poder, ahora parpadeaban con imágenes estáticas o secuencias de errores de sistema. El aire olía a ozono y sangre seca. Kael, pálido y con una fina capa de sudor en la frente, tecleaba con furia contenida frente a una consola central. Rojas, el guardaespaldas leal de Félix, vigilaba cada uno de sus movimientos con los brazos cruzados, una presencia imponente y silenciosa.
Félix entró con Clara de la mano, pero soltó su agarre al cruzar el umbral. El gesto no fue de rechazo, sino de transición. Del ámbito de lo personal al del comando. Su presencia llenó la estancia de inmediato, imponiendo un nuevo orden sin necesidad de alzar la voz.
—Informe —exigió Félix, posicionándose detrás de Kael.
Kael se tensó, pero no se volvió. —Liam. Logró acceder a los túneles de desagüe secundarios. Los sensores de presión indican movimiento hacia el norte, e