Félix no perdió tiempo en sentimentalismos. La rendición de Clara fue aceptada como un hecho estratégico, un nuevo parámetro en el campo de batalla que ahora era su vida. Su mano en el brazo de ella no era un gesto de consuelo, sino de posesión y guía.
—Kael —ordenó, sin apartar los ojos de Clara—. Ubica a Liam. Quiero saber dónde está ese insecto antes de que se esconda en alguna cloaca.
Kael, aún con la pistola apuntando a Rossi, asintió. —Cuando activaron el protocolo de nivel 5, las cámaras internas se priorizaron. Revisaré los registros de los últimos veinte minutos. Probablemente intentó llegar a los túneles de servicio de la zona oeste. Son los menos vigilados.
—Hazlo —Félix luego miró a Clara—. Y los prisioneros. La joven, Anya. ¿Dónde están?
—En el sótano —respondió Clara, encontrando un hilo de fuerza en la nueva claridad de su rol—. Celdas de máxima seguridad. B7 en adelante. Hay unos doce aliados.
Una chispa de algo que podría ser orgullo brilló en los ojos de Félix. —¿Ali