Me acostumbre de nuevo a la soledad, en aquellos hermosos parajes disfrutaba mucho de ella mientras me permitía respirar un poco de naturaleza. Adoraba los atardeceres en la playa, la calidez del clima, la lluvia de las tardes, la brisa marina que me acompañaba en mis largas caminatas y en los miradores oceánicos con vista a las islas y a la bahía. Adoraba aquel lugar, con todo lo qué implicaba, en parte también era tan grato para mí porque me recordaba a los tiempos en que Alexander me amaba. Recorría los lugares en que fuimos felices, antes de que los años nos robaran todo.
Quizás nunca tuve su afecto, cuando caminaba por la playa sin rumbo definido me cuestionaba si todo aquello solo fue un trámite para él, una espera para posteriormente reclamar a su verdadero amor: mi hermana Tamyria. Me sorprendía que alguien tuviera la capacidad de mentir sobre estar tan enamorado. «¿De verdad todo aquello fue fingido, la pasión, el cariño, los besos, las caricias, los suspiros, las miradas có