Estuve en un estado de duermevela por varios días, mareada por la enfermedad y los golpes. Deseando morir, sintiendo que ya no tenía nada que hacer en un mundo tan cruento. Ya lo había perdido todo: desde la dignidad hasta a las personas que más amaba... A papá por ejemplo.
A pesar de que Joe era mi padre biológico y me había dado el 50% de su material genético yo no lo sentía del todo como una figura paterna, era alguien que aunque apreciaba aún me resultaba ajeno, intrascendente durante toda mi infancia y adolescencia me costaba acomodarlo en mi existencia aunque el no tuviera la culpa, sino Irene, ella me había traicionado como madre al mentirme y dañarme sin escrutinio pero no podía odiarla... Esa consigna la había repetido hasta la saciedad, odiar a Irene era como patear a un perro herido.
Sin embargo lo que me dolía ahora no era ella con sus múltiples vejaciones, sino él... «mi papá». Adriano me había criado toda la vida y yo lo había amado muchísimo, yo era su princesa, la niña