LXXIV

Alexander y Tamyria se fueron de luna de miel y tanto la casa como mi corazón se sintieron vacíos. Yo estaba ahí, cuidando de los niños, como si mi única utilidad fuera servirlos. Lo acepté sin más con calma y sin prisa, sin esperar un cambio positivo, un milagro. Así era la derrota, no me quedaba más que continuar con mi vida.

Claro que no pude evitar hacerme daño y espiar sus redes sociales, estaban en el paraíso tropical: playas de arena blanca, agua cristalina, palmeras reverdecientes y cielo impoluto. Se veían felices, con sus pieles acarameladas y sus rostros levemente enrojecidos recién besados por el sol, el mar y la arena. Bebiendo piña colada, Martini, Margaritas y tequilas. Era humillante, tan doloroso y horrible que no sabía que pensar al respecto.

Mi madre dijo que si podía visitarme con Joe y Jacob, yo no estaba de humor para recibirlos pero insistió diciendo que no podía quedar sola en una situación así; no entendía porque ahora le importaba tanto cuidar de mí cua
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