Gemma sonrió mientras se acurrucaba junto a Sebastian en el sillón. Por primera vez desde que habían regresado del hospital, estaban solos. Al fin su familia había dejado de rondar a su alrededor con esa preocupación constante que la hacía sentir como si fuera de cristal. Sabía que era porque se preocupaban por ella, pero a veces podían ser un poco —demasiado— intensos. Aunque resultaba un tanto divertido, no iba a negar que se sentía bien tener un respiro antes de que volvieran a la carga porque estaba segura de que continuaría así al menos por unos días.
—¿Vas a contarme lo que averiguaron mi padre y tú? —preguntó, rompiendo el silencio.
—Debí imaginar que lo notarías —respondió Sebastian.
—No son tan discretos como creen —replicó ella, alzando la mirada. Se perdieron durante algunas horas y cuando regresaron estaban algo pensativos.
—¿Nos estabas analizando?
—¿Por qué todo el mundo cree que los psicólogos nos la pasamos analizando a las personas?
—¿Así que no es lo que hiciste?