Corrado palideció en cuanto la puerta se abrió. Apenas intentó cerrarla, Sebastian ya había interpuesto el brazo.
—No tan rápido —gruñó, empujando la puerta con una fuerza que obligó al hombre a retroceder.
Corrado levantó ambas manos en el aire, igual que aquella noche en su consultorio, cuando Sebastian lo había encontrado con Gemma inconsciente en el sofá. De solo pensar otra vez en aquello, se le erizó la piel y sintió ganas de lanzarse sobre el imbécil frente a él.
—Les juro que no hice nada. ¿Cómo está ella? —balbuceó, la voz temblorosa.
Sebastian avanzó despacio hacia el interior, obligándolo a ceder terreno con cada paso. Detrás de él, su padre, Giovanni, Luka y Angelo entraron también, llenando el lugar con su presencia imponente.
Corrado se puso aún más pálido al darse cuenta de que estaba acorralado. Hacía bien en temer.
—Eso no es asunto tuyo —dijo Sebastian con dureza—. Corrado, estoy seguro de que todavía no has tenido el “placer” de conocer al padre de Gemma en persona.