Gemma soltó un bostezo mientras el sol se escondía tras el horizonte. Estaba agotada. Sebastian había planeado cada instante de su día. Después de instalarse en la habitación del resort, habían salido a caminar por los alrededores y almorzado cerca de un pequeño lago a pocos kilómetros de allí. Más tarde se subieron a un bote y Sebastian remó hasta el medio del mismo y se quedaron allí, hablando y riendo.
Al regresar al hotel, terminaron haciendo el amor con una lentitud tortuosa, pero placentera. Sebastian se había tomado su tiempo para acariciarla, llevarla al borde del clímax más de una vez, pero deteniéndose en cada ocasión, hasta que ella le había rogado que la hiciera suya.
Mucho después, cuando ambos se recuperaron del orgasmo, Sebastian la había llevado al balcón, donde se sentaron envueltos en una manta para contemplar el atardecer mientras picaban algo. Había sido un día perfecto, y Gemma deseaba prolongarlo un poco más.
—¿Estás cansada? —preguntó él.
Asintió con los ojos ce