Sebastian entró en el laboratorio del departamento de biología y recorrió el lugar con la mirada en busca de Ginevra. Al no encontrarla, se encaminó hacia la oficina privada que ella tenía en el fondo. Llamó a la puerta y esperó apenas unos segundos antes de girar el picaporte.
Ella estaba detrás de su escritorio, revisando unos documentos, pero levantó la cabeza con rapidez al escucharlo.
—Sebastian —lo saludó con una sonrisa que alguna vez le había parecido amistosa, incluso dulce, pero que ahora solo le resultaba vacía.
—¿Puedo pasar?
—Por supuesto, adelante.
Él cerró la puerta tras de sí y avanzó con pasos firmes hasta quedar frente a su escritorio. Se sentó en la silla opuesta, sin apartar la vista de ella.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó Ginevra—. ¿Puedo ir por algo de café?
—No. Esta visita no durará mucho —contestó, seco.
La sonrisa de ella se tambaleó un instante antes de desvanecerse por completo, luego un suspiro abandonó su boca.
—Supongo que estás aquí porque Gemma te