Artem
Manejé hacia la casa de seguridad con los nudillos apretados contra el volante hasta que mis manos se quedaron blancas la furia me quemaba la garganta como ácido, no entendía cómo todo esto había escalado de esta forma en tan poco tiempo.
Se suponía que Naia debía ser un secreto, una joya guardada en una caja de cristal hasta que yo decidiera cansarme de ella pero ahora, el cristal se había roto y la realidad estaba salpicando a todos.
Al entrar en la mansión subterránea, el silencio era denso, cargado de la electricidad que queda después de un estallido de violencia caminé hacia la sala principal y me detuve en seco.
Allí estaba ella.
Naia estaba sentada en el sofá, encogida, como si intentara hacerse lo más pequeña posible para que el mundo dejara de golpearla tenía los ojos hinchados y las mejillas manchadas por el rastro de lágrimas secas al verla así, mi corazón latió con una rapidez que no era normal en mí.
Sentí un peso muerto en el estómago la culpa.
La había metid