Naia
El coche avanzaba a una velocidad que me hacía sentir que el asfalto desaparecía bajo nosotros
El silencio dentro del vehículo era sepulcral, roto solo por el sonido de la respiración agitada de Katia y el tecleo incesante en su teléfono.
Llegamos a las afueras de la ciudad, a un sector donde las construcciones modernas daban paso a estructuras olvidadas el coche se detuvo frente a lo que parecía ser una mansión en construcción o, quizás, una ruina devorada por el tiempo no entendía qué hacíamos allí hasta que vi cómo unas pesadas puertas metálicas en el suelo comenzaban a abrirse de forma subterránea las camionetas entraron una a una en la oscuridad.
Cuando las luces se encendieron, ahogué un grito de asombro.
Debajo de aquella fachada de escombros y vigas oxidadas, se escondía una mansión completamente moderna, minimalista y equipada con tecnología que jamás había visto el contraste era aterrador.
—¿Qué clase de personas son ustedes? —susurré, sintiendo cómo el aire se me